Esto es importante:
Se llamaba Heriberto, yo lo llamaba "güelo". Lo que hizo en 1931 enfureció a su competencia.
Atento.
Emigró a Cuba y creó la Sastrería El Sol. Tenía este eslogan:
"Sastres Anatómicos y Fotométricos".
El gancho era complejo, pero la idea del negocio no podía ser más simple.
Igual te sorprende.
Güelo observó que los trajes a medida olían a alcanfor. No los trajes en sí, el sector. Las sastrerías olían a cerrado.
Eran los años 30. A los clientes no les gustaba esperar 60 minutos mientras el sastre tomaba medidas y apuntaba notas en una vieja libreta. Aquello no tenía mucho sentido. El tiempo es, era y será oro.
Güelo hizo lo que haría un genio:
Solucionarlo.
No digo lo de genio porque fuera mi abuelo, sino porque la idea era genial.
Cambió los metros por cámaras fotográficas y las libretas por un sistema que convertía las imágenes en medidas perfectas. De ese modo consiguió hacer trajes a medida sin metros. Y sin esperas.
"Tu traje a medida en 5 minutos", esa era la promesa.
Hizo eso y subir los precios.
¿Resultado?
Arrasó a la competencia.
El Sol tenía una lista de espera de tres meses.
Se convirtió en lugar de culto para Kid Chocolate, el mejor boxeador cubano de todos los tiempos; para Mario Moreno Cantinflas, icono de Hollywood; y para Jorge Negrete, el mítico cantante mexicano.
El traje que tiene Kid Chocolate en la Wikipedia se hizo en El Sol, por si quieres cotillearlo.
Bien.
Yo tendría 10 años. Lo recuerdo en el sofá, apenas podía levantarse. Pasaba las horas entre cartas y fotos. Viajaba a La Habana desde el sofá recordando lo vivido con sus queridos clientes.
Un día, sin que yo le preguntara, me dijo:
"Álvaro, si algún día tienes un negocio debes saber esto: El cliente nunca te preguntará cuánto tiempo te llevó hacer el trabajo, sólo se quedará con el resultado. Hazlo bien y dáselo rápido".
"Güelito, ¿bien y rápido?".
"Sí, bien y rápido. Algún día lo entenderás".
Cinco días después de esa conversación abrió los ojos. Sus manos temblorosas se aferraron al borde del colchón. Metió los pies en las pantuflas de cuadros, tomó impulso y…
¡BOOOOOM!
¡El abuelo! ¡Es el abuelo!
Oí los gritos de mi madre desde la habitación. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sin darme cuenta, supe que ahí se había acabado todo.
Adiós a las historias de La Habana. Adiós a los momentos en el sofá. Adiós a las miradas que no decían nada y lo decían todo.
Han pasado treinta años de eso.
Ahora lo comprendo.
Güelo era un artesano de las telas. Aunque no vendía telas. Ni telas, ni trajes.
Vendía tiempo y seguridad.
Tiempo, porque en El Sol las esperas no existían. Seguridad, porque todo el que entraba en la sastrería olía el perfume que transmite la confianza. Sabían que aquello iba a salir bien. Y siempre salía bien.
Güelo nunca se conformó con una nota de 9,5 sobre 10.
Esos eran sus secretos.
Secretos que me transmitió y que ahora aplico punto por punto en las letras.
También me enseñó en qué consiste la verdadera discreción.
Él vistió a actores, deportistas, cantantes... Los más importantes de la época.
¿Sabes quién apreciaba más el trato del güelo?
Cantinflas.
Todos miraban y trataban a Mario Moreno como al ídolo de Hollywood. Güelo tenía el don de acercarse a la gente desde el corazón. Por eso, Mario se solía acercar a la sastrería a escondidas para conversar. Sólo para eso. Nada más que para eso.
Va por ti, güelo. Por lo que me enseñaste. Por lo que disfrutamos juntos.
¿Quieres enmarcar una historia? ¿Crear un libro? ¿Despertar a una audiencia?
PD: Álvaro, ¿por qué no cuentas en este "sobre mí" que estudiaste en la Universidad de Wisconsin con postgrado en Harvard? Porque es mentira y porque ningún cliente (ninguno) me ha pedido el currículum antes de escribir su libro.
PD2: Si quieres que trabajemos juntos, haz clic en el enlace de arriba, donde dice "Escríbeme".